Alexia chillaba y lloraba, las lágrimas rodaban por su semblante cuando el hombre cogió unas cuerdas, las anudó a las pinzas y pasándolas por unas argollas en la mesa, empezó a tirar, estirándose los labios, en general pequeños, hasta lo increíble, llegaban cada vez más y más lejos.
¿A qué esperas para llamarla?
